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de la dignidad de cada persona

martes, 5 de abril de 2011

La verdadera felicidad

Lic. Alejandra Mottola
Especial para Encuentro

Para muchas personas la felicidad está reducida al nivel de vida, a una buena economía y salud. Poner el bienestar y el placer como únicas metas de la conducta es una pobre interpretación de lo máximo a lo que se puede llegar. Lo que hace rica a la persona es desarrollar sus aspiraciones y ser sensible al mundo que la circunda, llenando el corazón de solidaridad y amor.

La felicidad es algo que se va alcanzando de forma indirecta, cuando se tiene una personalidad madura y un proyecto de vida por el cual luchar. Por lo general, en todo proyecto de vida "feliz" siempre se destacan tres elementos básicos: amor, trabajo y cultura. Y de todos ellos el más importante es el amor. Lo que el ser humano necesita en su vida es amor. El vacío afectivo determina conductas negativas, ya que no hay felicidad sin amor y no hay amor sin renuncias. La felicidad descansa sobre un esfuerzo constante de vivir en armonía con uno mismo. Para lograrla hay que poder aceptarse incluso en los aspectos malos y luchar por modificar lo que sea modificable. En la última etapa de nuestra vida, en nuestro balance existencial, relucirá la verdad de lo que hemos sido. Veremos lo que hemos conseguido y lo que quedó por alcanzar.
Enrique Rojas, en su libro "¿Quién eres?" (2001) señala que percibir correctamente la realidad, aceptarse a uno mismo, vivir con naturalidad, concentrarse en los problemas y las dificultades, tener un espacio privado que nos dé autonomía y mantener unas relaciones interpersonales profundas son las cosas que van dando forma a la plenitud personal.
Víctor Frankl (1991) subraya la importancia de la trascendencia, de encontrar un significado de la vida que vaya más allá de uno mismo. Surge así el mundo de los valores, que nos permite escapar del vacío existencial -núcleo de la neurosis- de la sensación de vivir absurdamente.
C. R. Rogers nos habla del proceso de convertirse en persona, que culmina en un "funcionar integralmente". La autorrealización nos conduce a aprovechar al máximo nuestras posibilidades, estando abiertos a la experiencia. Este being process ("llegar a ser") nos dirige a la aceptación de los demás y a confiar en nosotros mismos. De esta manera, la persona que funciona integralmente es feliz, sufre pocas tensiones en su interior, piensa flexiblemente y desarrolla la capacidad para aceptar críticas. Jesús, el Gran Maestro, el camino, la verdad y la vida, nos invita a peregrinar por la verdadera felicidad, que es la de darse a los demás. Esto será posible si primero somos capaces de aceptarnos a nosotros mismos. Poder lograrlo implica desarrollar una buena autoestima e ir conformando una personalidad equilibrada. Presentamos algunos signos de madurez que podemos poner en nuestro proyecto de vida:
* La capacidad para saber perdonarse y hacer lo mismo con quienes nos rodean, ya que el no desarrollar esta capacidad conduce a la hipercrítica cuyo efecto es la destrucción de la confianza en uno mismo.
* No comparase con los demás, ni centrarse en lo que otros son o tienen, ya que la felicidad consiste en estar contento con uno mismo.
* Hacer algo positivo por los demás y que sea algo tangible, que no quede sólo en palabras e intenciones. ¿Por qué es necesaria la entrega a los demás? Porque en ese darse se encuentra la paz y la alegría; se logra cierta armonía interior. "Caritas, dirigiere y amare", amor de donación, amor afectivo y amor de voluntad. Un tríptico que nunca caduca.