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viernes, 29 de abril de 2011

¡Qué importante eres, catequista!

Lic. Mónica Moore
ESPECIAL PARA ENCUENTRO


Nadie pone en duda la importancia de la catequesis y, por lo tanto, el valor que tiene el servicio que prestan los catequistas. Sin embargo, no pocas veces olvidamos manifestarles nuestro debido reconocimiento a las personas que tan generosamente se involucran en esta misión.
Es verdad, todos en la Iglesia somos humildes servidores y nuestra entrega desinteresada tiene como primera y fundamental motivación la gloria de Dios y la expansión de su Reino, pero necesitamos, para no desfallecer en el camino, el apoyo y el sostenimiento de nuestros hermanos. Esto se vivencia muy especialmente en el cambio epocal que estamos protagonizando y que sitúa a los catequistas, sobre todo a los laicos, en un terreno de gran exposición social y eclesial.
En efecto, los catequistas, rostros visibles y concretos de la Iglesia, deben hoy afrontar ámbitos donde catequizar está convirtiéndose en una de las tareas pastorales más arduas, y no son pocos los que, desbordados y desorientados por las nuevas demandas del contexto, finalmente abandonan su ministerio. Esta situación debe interpelar a la comunidad cristiana en sus responsabilidades para con sus catequistas, a quienes debe acompañar y contener. En el plano afectivo, es prioritario afianzar al grupo de catequistas,
porque el fortalecimiento de los vínculos mediante la oración, el estudio y el trabajo compartidos es un estímulo fundamental.
El reconocimiento incluso económico o material que con justicia debería darse a los catequistas, forma parte también de ese acompañamiento. No me estoy refiriendo necesariamente a un salario; hay muchas maneras de hacer llegar un gesto de agradecimiento efectivo y concreto: organizando una salida especial para ellos, agasajarlos en su día, hacerles llegar pequeños detalles (un libro, una tarjeta), etc., que pueden tener el efecto de un reconfortante "abrazo" para el corazón.
Y como signo de que en verdad es prioritaria la catequesis para la comunidad, no pueden faltar instancias en las que se les brinde de modo permanente una formación sólida y de calidad, a la altura de las nuevas circunstancias. Éstas reclaman profundizar en la Palabra de Dios, familiarizarse con documentos del Magisterio, adquirir nuevas herramientas metodológicas, aproximarse a algunos textos teológicos, valerse de algunos aportes de ciencias humanas como la pedagogía, la psicología, la sociología. Los catequistas necesitan, merecen y tienen la obligación de intensificar su formación, no sólo para un mejoramiento de su "hacer" sino para su enriquecimiento personal, una llama que siempre hay que mantener
encendida para perseverar en la misión.
Me permito, finalmente, preguntarme por qué, siendo tan acuciante la necesidad de formar a los catequistas, son tan pocos los alumnos que asisten a los centros de formación teológica y catequística , en los cuales es posible hacer cursados especiales, sin necesidad de obtener un título docente. Tal vez si cada parroquia se planteara la posibilidad de sugerir que un catequista se involucre en esos estudios, comprometiéndose incluso a ayudarlo económicamente, contribuiríamos a superar el estado famélico en que se encuentra, en no pocos casos, la catequesis que se está brindado, en la que se juega la razón misma del ser de la Iglesia: la evangelización.
Urge preguntarnos qué valor les estamos dando, en la práctica, a la catequesis y a los catequistas, quienes siempre necesitarán que les recuerden: "¡Qué importante eres!"

Lectura sugerida:
DE VOS, Francisco: Pensar la Catequesis, Ed. Claretiana, Buenos Aires, 2006, pág. 109-118.



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